24.1.16
Rosario Castellanos (Auto-retrato)
AUTORRETRATO
Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.
Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.
Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece).
Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.
Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
- aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.
Amigas...hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehuyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.
Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.
Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.
Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.
Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.
Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.
Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.
Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.
Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.
En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.
Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.
Rosario Castellanos
Eu sou uma senhora, tratamento
difícil de conseguir, no meu caso, e mais útil
para alternar com os outros do que um título
passado em meu nome por qualquer academia.
Assim, pois, exibo o meu troféu e repito:
eu sou uma senhora. Gorda ou magra
segundo a posição dos astros,
os ciclos glandulares
e outros fenómenos que não compreendo.
Loira, se escolho uma peruca loira.
Ou morena, conforme a alternativa.
(Na verdade, o cabelo embranquece-me).
Sou mais ou menos feia, depende muito
da mão que aplica a maquilhagem.
A minha aparência mudou ao longo do tempo
embora não tanto como diz Weininger
que muda a aparência do génio. Eu sou medíocre.
O que, por um lado, me livra de inimigos
e, por outro, dá-me a devoção
de algum admirador e a amizade
desses homens que telefonam
e mandam longas cartas de felicitação.
Que bebem lentamente uísque com gelo
e discutem política e literatura.
Amigas... hmmm... às vezes, raras vezes
e em doses muito pequenas.
Em geral, recuso os espelhos.
Dir-me-iam o mesmo de sempre, que visto mal
e que pareço ridícula
ao pretender coquetear com alguém.
Sou mãe de Gabriel, já sabe, esse menino
que um dia se há-de erigir em juiz implacável,
exercendo também, se calhar, de carrasco.
Entretanto amo-o.
Escrevo. Este poema. E outros. E outros.
Falo de cátedra.
Colaboro em revistas da minha especialidade
e uma vez por semana escrevo num jornal.
Vivo em frente do Bosque. Mas quase
nunca viro os olhos para o contemplar. Nem
atravesso nunca a rua que me separa dele,
nem passeio nem respiro nem passo a mão
na pele rugosa das árvores.
Sei que temos de ouvir música
mas iludo-o com frequência. Sei
que é bom ver pintura
mas jamais vou às exposições,
nem vou ao teatro ou ao cineclube.
Prefiro estar aqui, como agora, a ler
e, se apagar a luz, a pensar um pouco
em musaranhos e outros misteres.
Sofro mais por hábito, por herança, por não
me distinguir mais do meu semelhante
do que por causas concretas.
Seria feliz se soubesse como.
Isto é, se me tivessem ensinado os gestos,
os tratos, as maneiras.
Em troca ensinaram-me a chorar. Mas o pranto
em mim é um mecanismo desregulado
e não consigo chorar na câmara mortuária
nem na sublime ocasião nem frente à catástrofe.
Choro é por se queimar o arroz ou por perder
o último recibo do imposto predial.
(Trad. A.M.)
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