Algo se me ha quebrado esta mañana
de andar, de cara en cara, preguntando
por el que vive dentro.
Y habla y se queja y se me tuerce
hasta la lengua del zapato,
por tener que aguantar como los hombres
tanta pobreza, tanto oscuro
camino a la vejez; tantos remiendos,
nunca invisibles, en la piel del alma.
Yo no entiendo; yo quiero solamente,
y trabajo en mi oficio.
Yo pienso: hay que vivir; dificultosa
y todo, nuestra vida es nuestra.
Pero cuánta furia melancólica
hay en algunos días. Qué cansancio.
Cómo, entonces,
pensar en platos venturosos,
en cucharas calmadas, en ratones
de lujosísimos departamentos,
si entonces recordamos que los platos
aúllan de nostalgia, boquiabiertos,
y despiertan secas las cucharas,
y desfallecen de hambre los ratones
en humildes cocinas.
Y conste que no hablo
en símbolos; hablo llanamente
de meras cosas del espíritu.
Qué insufribles, a veces, las virtudes
de la buena memoria; yo me acuerdo
hasta dormido, y aunque jure y grite
que no quiero acordarme.
De andar buscando llego.
Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.
Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo
y pienso en esta vida que no es bella
ni mucho menos, como dicen
los que viven dichosos. Yo no entiendo.
Escribo amargo y fácil,
y en el día resollante y monótono
de no tener cabeza sobre el traje,
ni traje que no apriete,
ni mujer en que caerse muerto.
Rúben Bonifaz Nuño
[
La cancion de la sirena]
Algo se me quebrou de manhã
por andar, de cara em cara, perguntando
por quem vive dentro.
E fala e queixa-se e torce-se-me
até a língua do sapato,
de ter que aguentar como os homens
tanta pobreza, tanto caminho
escuro para a velhice; tantos remendos,
nunca invisíveis, no coiro da alma.
Eu não entendo, eu amo apenas
e trabalho no meu ofício.
E penso, temos que viver; difícil
e tudo o mais, é nossa a nossa vida.
Mas quanta fúria melancólica
em certos dias. Quanto cansaço.
Como, então,
pensar em pratos venturosos,
em colheres sossegadas, em ratazanas
de luxuosíssimos apartamentos,
se recordamos que os pratos
uivam de saudade, boquiabertos,
e acordam secas as colheres,
e desfalecem de fome as ratazanas
em humildes cozinhas.
E não falo, que conste,
em símbolos; falo chãmente
de meras coisas do espírito.
Que insofríveis, por vezes, as virtudes
da boa memória; eu recordo-me
até a dormir, embora jure e grite
que não quero recordar.
Chego de andar à procura, mas ninguém,
que eu saiba, ficou à minha espera.
Não conheço ninguém, hoje, e escrevo apenas,
e penso nesta vida que não é bela
nem muito menos, como dizem
os que vivem afortunados. Eu não entendo.
Escrevo amargo e fácil,
em dia ofegante e monótono,
sem ter cabeça em cima do fato,
nem fato que não aperte,
nem mulher em que cair morto.
(Trad. A.M.)
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