Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte:
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.
Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si su hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.
No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, prejuiciosa,
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.
Guárdame siempre en la delicia
de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces.
Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.
Y cuando me haga viejo,
y engorde y me quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido:
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames: recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.
Rúben Bonifaz Nuño
[
La mirada del lobo]
Amiga bem-amada, não envelheças.
Que o tempo se detenha sem te tocar,
que não te tire o manto
da perfeita juventude. Imóvel
se quede, ao achar-te, o tempo
junto ao teu corpo de menina dócil.
Se a tua beleza
foi a chave do amor, se essa beleza
e o amor me deram
a certeza da ventura,
da companhia sem dor, do voo,
guarda-te bela, sempre jovem.
Não quero sequer pensar
na solidão de meu pobre coração
se a velhice daninha, nociva,
pusesse a mão sobre ti,
e te mordesse a pele,
e te soltasse os dentes, e desfizesse
a música que soltas ao andar.
Guarda-me sempre na delícia
de teus dentes e teus olhos,
de teus cheiros perfumados,
dos braços que me mostras
quando a sós te deitas comigo,
toda nua, na penumbra,
sem mais luz que a tua própria,
porque o teu corpo ilumina quando amas,
mais tenra tu que essas floritas
com que às vezes te enfeito.
Guarda-me na alegria de te olhar
a ir e vir, caminhando
e, ao caminhar, abanando-te toda
como se voltasses da fonte
de cântaro à cabeça.
E quando eu for velho,
gordo e careca, não tenhas pena
dos meus olhos inchados, dos meus dentes
postiços, dos pelos brancos a sair-me
do nariz. Afasta-me,
não tenhas pena, desterra-me, como peço:
bela então, jovem como agora,
não me ames, recorda-me
tal como eu fui ao cantar-te, quando era eu
tua voz e teu escudo,
e estavas só e minha mão te serviu.
(Trad. A.M.)
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