RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
ANTONIO MACHADO
Campos de Castilla
(1912)
Minha infância são lembranças de um pátio de Sevilha,
mais um horto claro onde cresce o limoeiro;
a mocidade, vinte anos por terras de Castela;
minha história, alguns casos que não quero lembrar.
Não fui nem um Bradomín, nem um Mañara sedutor
- é bem conhecido meu atavio desalinhado -
mas recebi a seta que Cupido me destinou
e amei quanto elas podem ter de hospitaleiro.
Tenho nas veias gotas de sangue jacobino,
mas brota-me o verso de sereno manancial;
e, mais que homem comum sabendo a sua doutrina,
sou, como se diz, no bom sentido, um homem bom.
Adoro a beleza e, na moderna estética,
cortei as velhas rosas do jardim de Ronsard;
mas não aprecio os enfeites da nova cosmética,
nem sou dessas aves do novo gay-trinar.
Desdenho as romanças dos ocos tenores,
assim como o coro dos grilos que cantam à lua.
Detenho-me a distinguir a voz do seu eco,
mas dentre as vozes escuto só uma.
Sou clássico ou romântico? Não sei. Queria
deixar meu verso, como o capitão deixa a espada,
famosa por mor da mão que a brandiu,
não pela arte da oficina que a forjou.
Falo com o homem que anda sempre comigo
- quem fala sozinho há-de falar a Deus um dia;
minha conversa é com este bom amigo
Que me ensinou o segredo da filantropia.
Nada vos devo, no fim, vós deveis-me o que eu escrevi.
Trabalho e com meu dinheiro pago
o fato que me veste e a casa que habito,
o pão que me alimenta e a cama onde me deito.
E quando o dia vier da última viagem,
estando pronta a partir a nave que não volta,
a bordo me achareis ligeiro de bagagem,
nu ou pouco menos, como os filhos do mar.
(Trad. A.M.)
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