ESTAR
En cenas familiares y anchos domingos sórdidos,
en aulas medio llenas donde mi voz no es mía,
en la consulta del doctor sonriente
que firma unas recetas,
sobre el cuerpo desnudo en el que me demoro
para salir de mí transformado en temblor,
en los ojos de un niño en los que nado
hacia una costa ilusa donde el tiempo es mentira,
en las cafeterías donde los ceniceros atestados
midieron otra vez la victoria del tedio,
en álbumes de fotos que historian las huidas
que me condenan hacia el mismo punto
donde empezara a huir,
fulge constante una pregunta, cada letra
es un colmillo ensangrentado:
¿qué estoy haciendo aquí?
Y cuando en la mañana me repito en el espejo
con cara de superviviente único de un accidente aéreo,
y cuando me reflejo en los escaparates
camino de una noche poblada de relámpagos,
y cuando la memoria me nubla el paladar
con el sabor de una boca ya muerta,
brotando de mi piel como una picadura
otra vez la pregunta que no anhela respuesta:
¿qué estoy haciendo aquí?
Pero luego una voz dice mi nombre
y yo me reconozco, o sé vivir en los amplios salones
de una canción o sabe bien un cigarrillo
después de tanta nicotina para nada,
y la mano del mundo ordena sus tesoros
y todo está en su sitio formulando un temblor de sí rotundo
y la pregunta pierde sus garfios y las cosas
responden al unísono: Estar es suficiente.
El sol de mediodía santifica las cosas,
convierte lo que baña en un milagro,
pone coraza a la conciencia irresponsable
de ser eternos, hila un cuento antiguo
en el que se derriten las preguntas,
y en todos los espejos desafías
el frío de las noches venideras,
el frío de las cenas familiares,
futuros sórdidos domingos anchos,
tu voz no tuya proyectando ansiosa
a los espectros de la nada y los gigantes del pasado
¿qué estoy haciendo aquí?
No anheles la respuesta:
Estar es suficiente.
Juan Bonilla
Em ceias de família e largos domingos sórdidos,
em aulas meias cheias onde minha voz não é minha,
na consulta do médico sorrindo a assinar as receitas,
sobre o corpo desnudo em que me demoro
para sair de mim transformado em tremor,
nos olhos de uma criança em que nado
para uma costa ingénua onde o tempo é mentira,
em cafés onde os cinzeiros repletos
medem novamente a vitória do tédio,
em álbuns de fotos que historiam as fugas
que me amarram ao ponto mesmo
donde vinha a fugir,
uma pergunta reluz constantemente,
cada letra é um dente ensanguentado:
o que faço eu aqui?
E quando de manhã me repito no espelho
com cara de sobrevivente dum acidente aéreo,
e me vejo no reflexo das montras
a caminho duma noite povoada de relâmpagos,
e a memória me turva o paladar
com o sabor duma boca já morta
a brotar-me da pele como picada,
de novo a pergunta que não requer resposta:
o que faço eu aqui?
Mas então uma voz pronuncia-me o nome
e eu reconheço-me, ou sei que vivo nos largos salões
de uma canção ou sabe bem um cigarro
depois de tanta nicotina para nada,
e a mão do mundo ordena seus tesouros
e tudo está em seu sítio formulando um redondo temor de si
e a questão perde seus garfos e as coisas
respondem em uníssono: Estar é suficiente.
O sol do meio-dia santifica as coisas,
converte em milagre aquilo que banha,
veste couraça à consciência irresponsável
de sermos eternos, tece um conto antigo
em que se derretem as perguntas,
e desafias no espelho o frio das noites vindouras,
o frio das ceias familiares,
futuros sórdidos domingos largos,
tua voz não tua a projectar ansiosa
os espectros do nada e os gigantes do passado
- Que estou fazendo aqui?
Não anseies pela resposta:
Estar é suficiente.
(Trad. A.M.)
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