1.3.13

Álvaro Mutis (Exílio)





EXILIO



Voz del exilio, voz de pozo cegado,
voz huérfana, gran voz que se levanta
como hierba furiosa o pezuña de bestia,
voz sorda del exilio,
hoy ha brotado como una espesa sangre
reclamando mansamente su lugar
en algún sitio del mundo.
Hoy ha llamado en mí
el griterío de las aves que pasan en verde algarabía
sobre los cafetales, sobre las ceremoniosas hojas del banano,
sobre las heladas espumas que bajan de los páramos,
golpeando y sonando
y arrastrando consigo la pulpa del café
y las densas flores de los cámbulos.

Hoy, algo se ha detenido dentro de mí,
un espeso remanso hace girar,
de pronto, lenta, dulcemente,
rescatados en la superficie agitada de sus aguas,
ciertos días, ciertas horas del pasado,
a los que se aferra furiosamente
la materia más secreta y eficaz de mi vida.
Flotan ahora como troncos de tierno balso,
en serena evidencia de fieles testigos
y a ellos me acojo en este largo presente de exilado.
En el café, en casa de amigos, tornan con dolor desteñido
Teruel, Jarama, Madrid, Irún, Somosierra, Valencia
y luego Perpignan, Arreglen, Dakar, Marsella.
A su rabia me uno, a su miseria
y olvido así quién soy, de dónde vengo,
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
grita hasta el alba su vocerío vegetal;
su destronado poder, entre las ramas del sombrío,
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre.

Y es entonces cuando peso mi exilio
y miro la irrescatable soledad de lo perdido
por lo que de anticipada muerte me corresponde
en cada hora, en cada día de ausencia
que lleno con asuntos y con seres
cuya extranjera condición me empuja
hacia la cal definitiva
de un sueño que roerá sus propias vestiduras,
hechas de una corteza de materias
desterradas por los años y el olvido.


Álvaro Mutis



Voz do exílio, voz de poço arrasado,
voz órfã, voz grande que se ergue
como erva furiosa ou pata de besta,
voz surda do exílio,
brotou hoje como espesso sangue
reclamando mansamente seu lugar
em algum sítio do mundo.
Chamou hoje em mim
o griteiro das aves passando
em verde algazarra
sobre os cafezais,
as cerimoniosas folhas da bananeira,
as espumas geladas dos campos,
batendo e zoando
e arrastando a polpa do café
e as densas flores do páramo.

Hoje, algo se deteve dentro de mim,
um espesso remanso faz girar,
de repente, lenta, docemente,
resgatados na superfície agitada de suas águas,
certos dias, certas horas do passado,
a que se agarra com fúria
a matéria mais íntima da minha vida.
Bóiam agora como troncos da balsa,
serena evidência de testemunhas fiéis,
e a eles me entrego neste longo presente de exílio.
No café, em casa de amigos, voltam com dor esvaída
Teruel, Jarama, Madrid, Irún, Somosierra, Valencia
e depois Perpignan, Arreglen, Dakar, Marsella.
À sua raiva me uno, à sua miséria
e esquecimento assim quem sou, donde venho,
até quando uma noite começa o bater da chuva
e água corre pelas ruas em silêncio
e um cheiro húmido
me devolve às grandes noites de Tolima
onde a desordem das águas
grita até à alvorada sua algazarra vegetal;
seu poder destronado, entre os ramos da sombra,
brota ainda na manhã
acalmando o borbulhar espesso do mel
nos puídos caldeiros de cobre.

E é então que peso meu exílio,
olhando a solidão insuperável do perdido
pelo que me cabe de morte antecipada
em cada hora, em cada dia de ausência
que preencho de assuntos e seres
cuja estranha condição me empurra para a cal definitiva
de um sonho que há-de roer suas próprias vestes,
feitas com casca de matérias desterradas
pelo tempo e o esquecimento.


(Trad. A.M.)

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