9.5.11

Ángel González (Assim parece)






ASÍ PARECE




Acusado por los críticos literarios de realista,
mis parientes en cambio me atribuyen
el defecto contrario;
                              afirman que no tengo
sentido alguno de la realidad.
Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo:
analistas de textos, parientes de provincias,
he defraudado a todos, por lo visto;
¡qué le vamos a hacer!

Citaré algunos casos:

Ciertas tías devotas no pueden contenerse,
y lloran al mirarme.
Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche,
como cuando era niño,
y sonríen contritas, y me dicen:
                                               qué alto,
si te viese tu padre…,
y se quedan suspensas, sin saber qué añadir.

Sin embargo, no ignoro
que sus ambiguos gestos
disimulan
una sincera compasión irremediable
que brilla húmedamente en sus miradas
y en sus piadosos dientes postizos de conejo.

Y no sólo son ellas.

En las noches,
mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba
para agitar ante mi rostro sus manos sarmentosas
y repetir con tono admonitorio:
¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida?
Por su parte,
mi madre ya difunta, con voz delgada y triste,
augura un lamentable final de mi existencia:
manicomios, asilos, calvicie, blenorragia.

Yo no sé qué decirles, y ellas
vuelven a su silencio.
Lo mismo, igual que entonces,
como cuando era niño.
                                   Parece
que no ha pasado la muerte por nosotros.



ÁNGEL GONZÁLEZ,
Palabra sobre palabra
Seix Barral
Barcelona
(2004)



[Neorrabioso]




Acusado de realista pelos críticos literários,
os parentes em troca atribuem-me
o defeito contrário;
                             afirmam que não tenho
qualquer sentido da realidade.

Citarei alguns casos:

Certas tias devotas não se conseguem conter
e choram ao contemplar-me.
Outras mais tímidas fazem-me arroz doce,
como em criança,
e sorriem contritas, dizendo:
                                           que alto que estás,
se o teu pai te visse...
e ficam em suspenso, não sabendo que acrescentar.

Todavia, não ignoro
que seus gestos ambíguos
dissimulam
uma sincera compaixão irremediável
a brilhar humidamente no seu olhar
e nos seus piedosos dentes postiços de coelho.

E não são só elas.

À noite,
a minha velha tia Clotilde volta da sepultura
para me agitar na cara as mãos retorcidas,
repetindo em tom admonitório:
A beleza não dá de comer! Que é que tu pensas da vida?
Por seu lado,
minha finada mãe, com a voz delgada e triste,
augura um fim lamentável para a minha existência:
manicómio, asilo, calvície, blenorragia.

Eu não sei que dizer-lhes, e elas
voltam ao seu silêncio.
A mesma coisa, tal como dantes,
quando era criança.
                              Parece
que não passou por nós, a morte.



(Trad. A.M.)

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