4.7.22

Rosario Castellanos (Valium 10)



VALIUM 10


A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurre con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides,
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada.

El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.

Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh, sólo por encima)
la marcha de la casa, la perfecta
coordinación de múltiples programas
—porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos

Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas,
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el menú posible y cotidiano.

Y aún tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aún leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara.

Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la carta
de marear, el libro
con cien preguntas básicas (y sus correspondientes
respuestas) para un diálogo
elemental siquiera con la Esfinge.

Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
que lo hace irresoluble.

Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.

Rosario Castellanos

[Life vest under your seat]

 

 

Às vezes (e não tentes
tirar-lhe importância
dizendo que não é frequente)
parte-se-te a vara de medição,
perdes a bússola
e já não entendes nada.

O dia torna-se uma série
de factos incoerentes, de funções
que vais exercendo por hábito, por inércia. 

E vive-lo. E ditas a carta
a quem compete. E dás a aula
à mesma aos alunos inscritos e ao voluntário.
E à noite rediges o artigo que a imprensa
amanhã vai devorar.
E vigias (oh, muito por cima)
o andamento da casa, a perfeita
coordenação de diferentes programas
- porque o filho mais velho já veste de cerimónia
para ir a um baile de quinze anos,
o mais novo quer ser futebolista
e o do meio tem um póster do Che
ao pé do gira-discos.

E revês as contas de despesa e reflectes,
com a cozinheira, sobre o custo
da vida e a arte magna de que surge
o menú possível e quotidiano.

E tens ainda disposição para tirar a maquilhagem
e pôr o creme de noite e ler ainda
algumas linhas antes de apagar a luz.

E já no escuro, às portas do sono,
sentes falta do que se perdeu,
o diamante mais caro, a carta
de marear, o livro
com cem perguntas básicas (e respectivas
respostas) para um diálogo elementar
até mesmo com a Esfinge. 

E tens a penosa sensação
de que há um erro no crucigrama
que o torna irresolúvel.

E soletras o nome do Caos. E não
consegues dormir sem destapar
o frasco das pastilhas e engolir uma
em que se condensa,
quimicamente pura, a ordenação do mundo.

(Trad. A.M.)

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