ASOMBRO DEL TIEMPO
(Estela para la muerte de mi
madre, Josefina Fuentes de Aridjis)
Ella lo dijo: Todo sucede en
sábado:
el nacimiento, la muerte,
la boda en el aire de los hijos.
Tu piel, mi piel llegó en
sábado.
Somos los dos la aurora, la sombra
de ese día.
Ella la dijo: Si tu padre muere,
yo también voy a morir.
Sólo es cosa de sábados.
Cualquier mañana los pájaros
que amé y cuidé van a venir por
mí.
Ella estuvo conmigo. En mi
comienzo.
Yo estuve con ella cuando murió,
cuando nació.
Se cerró el círculo. Y no sé
cuándo nació ella, cuándo morí
yo.
El rayo umbilical nos dio la
vuelta.
Sobre la ciudad de cemento se
alza el día.
Abajo queda el asombro del
tiempo.
Has cerrado los ojos, en mí los
has abierto.
Tu cara, madre, es toda tu cara,
hoy que dejas la vida.
La muerte, que conocía de
nombre, la conozco en tu cuerpo.
Dondequiera que voy me encuentro
con tu rostro.
Al hablar, al moverme estoy
contigo.
El camino de tu vida tiene
muchos cuerpos míos.
Juntos, madre, estaremos
lejanos.
Nos separó la luna del espejo.
Mis recuerdos se enredan con los
tuyos.
Tumbados para siempre, ya nada
los tumba.
Nada los hace ni deshace.
Palpando tu calor, ya calo tu
frío.
Mi memoria es de piedra.
Hablo a solas y hace mucho
silencio.
Te doy la espalda pero te estoy
mirando.
Las palabras me llevan de ti a
mí y de mí a ti
y no puedo pararlas. Esto es
poesía, dicen,
pero es también la muerte.
Yo labro con palabras tu estela.
Escribo mi amor con tinta.
Tú me diste la voz, yo sólo la
abro al viento.
Tú duermes y yo sueño. Sueño que
estás allí,
detrás de las palabras.
Te veo darme dinero para libros,
pero también comida.
Porque en este mundo, dicen,
son hermosos los versos,
pero también los frutos.
Un hombre camina por la calle.
Una mujer viene. Una niña se va.
Sombras y ruidos que te cercan
sin que tú los oigas, como si
sucedieran
en otro mundo, el nuestro.
Te curan de la muerte y no te
salvan de ella.
Se ha metido en tu carne y no
pueden sacarla,
sin matarte. Pero tú te
levantas, muerta,
por encima de ti y me miras
desde el pasado mío,
intacta.
Ventana grande que deja entrar a
tu cuarto
la ciudad de cemento.
Ventana grande del día que
permite
que el sol se asome a tu cama,
y tú, entre tanto calor, tú sola
tienes frío.
Así como se hacen años se hace
muerte.
Y cada día nos hacemos fantasmas
de nosotros.
Hasta que una tarde, hoy, todo
se nos deshace
y viendo los caminos que hemos
hecho
somos nuestros desechos.
Sentado junto a ti, veo más
lejos tu cuerpo.
Acariciándote el brazo, siento
más tu distancia.
Todo el tiempo te miro y no te
alcanzo.
Para llegar a ti hay que volar
abismos.
Inmóvil te veo partir, aquí me
quedo.
El corredor por el que ando
atraviesa paredes,
pasa puertas, pasa pisos,
llega al fondo de la tierra,
donde me encuentro, vivo,
en el comienzo de mí mismo en
ti.
Número en cada puerta y tu ser
pierde los años.
Tu cuerpo en esa cama ya sin
calendarios.
Quedarás fija en una edad, así
pasen los siglos.
Domingo 7 de septiembre, a las
tres de la tarde.
Un día más, unos minutos menos.
En tu muerte has rejuvenecido,
has vuelto a tu rostro más
antiguo.
El tiempo ha andado hacia atrás
para encontrarte joven. No es
cierto
que te vayas, nunca he hablado
tanto contigo.
Uno tras otro van los muertos,
bultos blancos,
en el día claro.
Por el camino vienen vestidos de
verde.
Pasan delante de mí y me
atraviesan. Yo les hablo.
Tú te vuelves.
Pasos apesadumbrados de hombres
que van a la ceremonia de la
muerte,
pisando sin pisar las piedras
de las calles de Contepec,
con tu caja al cementerio.
Tú lo dijiste un día:
todo sucede en sábado:
la muerte, el nacimiento.
Sobre tu cuerpo, madre, el
tiempo se recuerda.
Mi memoria es de piedra.
Homero Aridjis
Ela o disse:
Tudo acontece ao sábado,
o
nascimento, a morte,
o casamento
dos filhos.
Tua pele,
minha pele veio num sábado.
Somos ambos
a aurora, a sombra desse dia.
Ela o disse:
Morrendo teu pai,
eu também
vou morrer.
São coisas
só dos sábados.
Um dia
destes os pássaros
que eu amei
e cuidei vêm por mim.
Ela esteve a
meu lado, no começo.
E eu estive
no fim, no momento da morte.
Fechou-se o
círculo. E nem sei bem
quando
nasceu ela, quando morri eu.
O cordão
umbilical virou-nos.
Ergue-se o
dia sobre a cidade do betão,
em baixo
ficando o assombro do tempo.
Fechaste os
olhos, e em mim os abriste.
Tua cara,
mãe, é toda a tua cara, hoje que deixas a vida.
E a morte,
que eu já conhecia de nome,
conheço-a
agora em teu corpo.
Encontro teu
rosto onde quer que vá,
ao falar, ao
andar, ao mexer-me.
O caminho da
tua vida tem muitos corpos meus.
Juntos,
minha mãe, estaremos distantes,
porque nos
separou a lua do espelho.
Minhas
lembranças enleiam-se nas tuas,
derrubadas
para sempre, nada mais as derruba,
nada as faz
nem desfaz.
Palpando teu
calor, o que acho é frio,
fria memória
a minha, de pedra.
Falo sozinho
nos confins do silêncio,
viro-te as
costas mas fico a olhar-te.
Palavras me
levam de mim para ti e de ti para mim
e eu não
posso pará-las. Isto é poesia,
dizem, mas é
também a morte.
Com palavras
lavro a pedra da tua estela,
escrevendo
com tinta o meu amor.
A voz tu ma
deste, eu apenas a ergo ao vento,
tu dormes e
eu sonho, sonhando que estás
ali, por
detrás das palavras.
Estou a
ver-te a dar-me dinheiro para livros,
mas também
para comer.
Porque neste
mundo, dizem,
os versos
são belos,
mas também
os frutos.
Um homem
caminha pela rua,
uma mulher
para cá, uma moça para lá,
sombras e
ruídos que nos cercam,
sem os
ouvirmos, como se fossem
de outro
mundo, este nosso.
Da morte te
curam, mas não te salvam dela,
que se te
meteu na carne e não podem tirá-la
sem te
matar. Mas tu ergues-te, já morta,
acima de ti
e olhas-me, intacta, do meu passado.
Janela
grande, a deixar entrar
em teu
quarto a cidade de betão.
Janela
grande do dia, permitindo
que o sol te
bata na cama,
e tu, com
tanto calor, só tu é que tens frio.
Assim como
se fazem anos se faz morte,
e nós em
cada dia nos fazemos fantasmas de nós mesmos.
Até que uma
tarde, como hoje, tudo se nos desfaz
e ao vermos
os caminhos que percorremos
tornamo-nos
nós nossos próprios restos.
Sentado a
teu lado, vejo o teu corpo mais longe,
afagando-te
o braço, sinto mais a tua distância,
todo o tempo
te olho e não consigo alcançar-te,
pois teria
de voar sobre abismos.
Imóvel assim
te vejo partir e me quedo.
O corredor
que percorro atravessa paredes,
passa
portas, passa pisos,
chega até ao
fundo da terra,
onde me
encontro, vivo,
no começo de
mim mesmo em ti.
Um número em
cada casa e teu ser perde os anos.
Teu corpo na
cama, já fora de calendário,
vai-te fixar
numa idade, com o passar dos tempos.
Domingo, 7
Setembro, três da tarde,
um dia mais,
uns minutos menos.
Rejuvenesceste
na morte, tu,
tornando ao
teu rosto mais antigo;
o tempo
andou para trás
para te poder
apanhar jovem.
E nem é
verdade que te vás,
pois nunca
eu falei tanto contigo.
Vão-se os
mortos um a um, vultos brancos,
no dia
claro.
Vêm pelo
caminho vestidos de verde,
passam-me à
frente e trespassam-me.
Eu falo-lhes
e tu voltas-te.
Passos
pesados de homens
a caminho da
cerimónia da morte,
pisando sem
pisar as pedras
das ruas de
Contepec,
com o teu
caixão para o cemitério.
Tu o
disseste um dia,
tudo acontece
ao sábado,
a morte, o
nascimento.
Sobre o teu
corpo, minha mãe,
o tempo
recorda.
Minha
memória, mãe, é de pedra.
(Trad. A.M.)