LAS TARDES
Ya casi no recuerdo las mañanas,
su tiempo azul y claro,
lejos quedan, perdidas en colegios
su tiempo azul y claro,
lejos quedan, perdidas en colegios
o en
piscinas extrañas e indolentes.
Porque sentimos duro el
despertar
retrasamos ahora
la luz que nos fatiga los despegados ojos.
Y es un destino oscuro el de las tardes,
en ellas aprendí que llegará la noche,
y que es inútil
cualquier esfuerzo por burlar la historia
equivocada y triste de los años.
He vivido en la espera absurda de la vida,
cuando he gozado
ha sido con reservas; amé creyendo en el amor
que habría luego de venir, y que faltó a la cita,
y renuncié al placer por la promesa
de una dicha más alta en el futuro incierto.
retrasamos ahora
la luz que nos fatiga los despegados ojos.
Y es un destino oscuro el de las tardes,
en ellas aprendí que llegará la noche,
y que es inútil
cualquier esfuerzo por burlar la historia
equivocada y triste de los años.
He vivido en la espera absurda de la vida,
cuando he gozado
ha sido con reservas; amé creyendo en el amor
que habría luego de venir, y que faltó a la cita,
y renuncié al placer por la promesa
de una dicha más alta en el futuro incierto.
Pero los días, al pasar, no son
el generoso rey que cumple su palabra,
sino el ladrón taimado que nos miente.
Con su certeza
nos convierte la edad en más mezquinos,
nos enseña a amar lo que nos duele,
las cosas más pequeñas, aquello que ahora somos
y tenemos: la música suave, nuestros cuerpos,
el calor de la estancia y el cansancio.
Buscamos la derrota de las tardes, su tregua
en la exigencia vana de una gloria
que ya no nos seduce. Nos convierte
la edad en más obscenos, y aceptamos
cualquier regalo aunque parezca pobre:
esa boca gastada por el uso, tan dulce aún,
el fuego antiguo y leve de la carne,
los viejos libros, los amigos justos,
un poema mediocre, pero nuestro,
y la costumbre extraña
de ser al fin felices en la sombra.
el generoso rey que cumple su palabra,
sino el ladrón taimado que nos miente.
Con su certeza
nos convierte la edad en más mezquinos,
nos enseña a amar lo que nos duele,
las cosas más pequeñas, aquello que ahora somos
y tenemos: la música suave, nuestros cuerpos,
el calor de la estancia y el cansancio.
Buscamos la derrota de las tardes, su tregua
en la exigencia vana de una gloria
que ya no nos seduce. Nos convierte
la edad en más obscenos, y aceptamos
cualquier regalo aunque parezca pobre:
esa boca gastada por el uso, tan dulce aún,
el fuego antiguo y leve de la carne,
los viejos libros, los amigos justos,
un poema mediocre, pero nuestro,
y la costumbre extraña
de ser al fin felices en la sombra.
Es un destino oscuro el de las
tardes,
pero también hermoso
y breve como el paso de los hombres.
pero también hermoso
y breve como el paso de los hombres.
Vicente
Gallego
Quase não me
lembram já as manhãs,
o tempo azul
e claro,
longe estão,
perdidas em colégios
ou em
piscinas estranhas e indolentes.
Porque
sentimos duro o despertar
atrasamos
agora
a luz que
nos fatiga os olhos descolados.
E o das
tardes é um destino escuro,
onde aprendi
que a noite virá,
sendo inútil
todo o esforço de enganar
a história
equivocada e triste dos anos.
Vivi na espera
absurda da vida,
e quando
gozei
foi sem
reservas; amei crendo no amor
que havia de
vir depois, mas faltou ao encontro,
e renunciei
ao prazer pela promessa
de mais alta
ventura no incerto futuro.
Mas os dias,
ao passar, não são
o rei
generoso que cumpre a palavra,
antes o ladrão arteiro que nos mente.
Na sua certeza
a idade faz-nos mais mesquinhos,
ensina-nos a amar o que nos dói,
as coisas mais pequenas, aquilo que agora
somos e temos, a música suave, os corpos,
o calor de casa e o cansaço.
Buscamos a derrota das tardes, sua trégua
na exigência vã de uma glória
que já não nos seduz. A idade
faz-nos mais obscenos, e qualquer presente
aceitamos, mesmo que pobre: aquela boca
gasta pelo uso, mas tão doce ainda,
o fogo antigo e leve da carne,
os velhos livros, os amigos justos,
um poema medíocre mas nosso,
e o costume estranho
de sermos enfim felizes na sombra.
antes o ladrão arteiro que nos mente.
Na sua certeza
a idade faz-nos mais mesquinhos,
ensina-nos a amar o que nos dói,
as coisas mais pequenas, aquilo que agora
somos e temos, a música suave, os corpos,
o calor de casa e o cansaço.
Buscamos a derrota das tardes, sua trégua
na exigência vã de uma glória
que já não nos seduz. A idade
faz-nos mais obscenos, e qualquer presente
aceitamos, mesmo que pobre: aquela boca
gasta pelo uso, mas tão doce ainda,
o fogo antigo e leve da carne,
os velhos livros, os amigos justos,
um poema medíocre mas nosso,
e o costume estranho
de sermos enfim felizes na sombra.
É um destino
obscuro o das tardes,
mas também belo,
e breve como a passagem dos homens.
mas também belo,
e breve como a passagem dos homens.
(Trad. A.M.)