19.5.13

Olga Orozco (No fim era o verbo)





EN EL FINAL ERA EL VERBO



Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar,
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo
para sustituir los jardines del edén sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.

Olga Orozco



Como se fossem sombras de sombras afastam-se as palavras,
fumaradas errantes saídas da boca do vento,
assim se me dispersam e se me perdem de vista
contra as portas do silêncio.
São menos que os restos de uma cor, que um suspiro na erva;
fantasmas que nem sequer se assemelham ao reflexo que foram.
Então, nada se manterá no seu lugar,
nada se confundirá com seu nome desde a pele até aos ossos?
E eu que cobiçava nas palavras como nas dobras da revelação
o que sustinha mundos de ilimitadas visões
para substituir os jardins do éden nas pedras do vocábulo.
E acaso não tentei pronunciar para trás
todos os alfabetos da morte?
Não era esse o teu triunfo nas trevas, poesia?
Cada palavra à imagem de outra luz, à semelhança de outro abismo,
cada uma com seu cortejo de constelações, com seu ninho de víboras,
mas disposta a tecer e a destecer o universo de si mesma,
prescindindo de mim até ao nó derradeiro.
Extensões sem limite dobradas sob o signo de uma asa,
telas como andrajos para coar o sopro alucinante dos deuses,
reversos onde se desnuda o mistério,
onde arroja um por um os véus e os nomes,
sem nunca atingir o coração fechado da rosa.
Eu velava mergulhada no gelo ardente, na fogueira do orvalho,
traduzindo relâmpagos, desfibrando dinastias de vozes,
com um código tão cifrado como o das estrelas ou das formigas.
Observava as palavras a contra-luz.
Via-lhes desfilar a descendência até ao fim do verbo.
Queria descobrir Deus à transparência.

(Trad. A.M.)



>>  A media voz (37p) / Poesi.as (50p)

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