15.10.15
Marino Muñoz Lagos (Retrato vivo de meu pai morto)
RETRATO VIVO DE MI PADRE MUERTO
Murió en abril: tiempo de lluvia. Otoñecida
estrella le cubría la frente como un agua.
Era un hombre pequeño, realzado de pronto
por una lenta mano, florecida manzana.
Una sombra rebelde le dormía los ojos,
como un álamo triste, como una llamarada.
Era en el tiempo niño: el tiempo inconmovible
de los bosques mojados en sus nobles estancias.
Allí nacía él, allí crecían lentamente
sus cábalas maestras, su suerte enmarañada;
allí, en las pobres vasijas, en el solar
terrestre donde la espiga levantaba
su fantasma perfecto, su pan crepusculario.
Le conocí de cerca una lenta mañana
de invierno. Como sabias monedas invariables
las lluvias pasajeras sobre el techo cantaban.
Su mano sarmentosa se halló como la fina
prolongación del tallo de las dalias.
¿Era él?, ciertamente lo digo. Ciertamente,
como que ahora escribo tendido sobre el alba.
Su rostro era tan triste. Sus ojos pensativos
recorrían celestes los cuadros de la casa.
A mí me parecía, por sus limpios modales,
que sólo de un campesino pobre se trataba.
Era hijo del trigo. Venido de un barbecho
donde la luna muestra sus haciendas intactas.
Y en efecto lo era: nacido como tantos
entre un bosque brumoso y una verde montaña,
el campo se extendía por su cuerpo estrellado
y por sus venas rojas la tierra dura andaba.
Murió en abril, tiempo de lluvia, de lluvia
colonial, antigua lluvia, dolorosa campana.
Le llevaron dormido, entre
todos los hombres que vivieron el agua
gozando las estrellas, las nubes y los recios
contornos labradores de las grises comarcas.
Le conocí de cerca, lo traté tantas veces.
Conversamos del tiempo, del trigo y la esperanza.
Murió en abril. Yo estaba lejos. Su esqueleto
vegetal bajo un huerto florido descansa.
Marino Muñoz Lagos
[Inmaculada Decepción]
Morreu em Abril, tempo de chuva. Estrela
outonal cobria-lhe a fronte, como água.
Homem pequeno, súbito levantado
por uma lenta mão, florida maçã.
Uma sombra rebelde adormecia-lhe os olhos,
como um álamo triste, uma labareda.
Era no tempo menino, o tempo incomovível
dos bosques molhados de suas nobres estâncias.
Ali nascia, ali cresciam lentamente
suas conjecturas, sua sorte emaranhada;
ali, em pobres vasilhas, no campo
onde a espiga levantava
seu fantasma perfeito, seu pão do crepúsculo.
Conheci-o de perto uma lenta manhã
de Inverno. Como sábias moedas invariáveis
chuvas passageiras cantavam no telhado.
Sua mão retorcida se fez o fino
acrescento do talo das dálias.
Era ele?, bem certo o digo, tão certo
como escrever agora estendido na madrugada.
Tão triste, seu rosto. Seus olhos pensativos
percorriam devagar os retratos da casa.
A mim parecia-me, por seus modos límpidos,
apenas um pobre camponês.
Era filho do trigo. Vindo de um alqueive
onde a lua mostra suas fazendas intactas.
E era de verdade, nascido como tantos
entre um bosque brumoso e uma verde montanha,
o campo estendia-se por seu corpo estrelado
e a dura terra andava por suas veias vermelhas.
Morreu em Abril, tempo de chuva, chuva
colonial, antiga chuva, doloroso sino.
Levaram-no a dormir, no meio
dos homens que viveram a água
gozando as estrelas, as nuvens e os ásperos
terrenos agrícolas de comarcas desoladas.
Conheci-o de perto, convivemos tanto.
Falámos do tempo, do trigo, da esperança.
Morreu em Abril. Estava eu longe. Seu esqueleto
vegetal repousa sob um canteiro florido.
(Trad. A.M.)
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