4.6.17

Vicente Gaos (Testamento)





TESTAMENTO



Yo, Vicente Gaos, natural de la nada, de mil siglos de edad, de estado civil
 solitario, inestable,
domiciliado, refugiado en un rincón del cosmos,
de profesión náufrago en la sombra,
sin documento nacional de identidad, sin títulos, condecoraciones ni diplomas de clase alguna,
sin señal particular visible en el pecho ni en ninguna otra parte del cuerpo,
sin más cicatriz que una necrosis de miocardio,
una vieja herida que me produje yo mismo,
quiero decir, que me causaron siglos de sufrimiento,
de amor oculto, de ternura encubierta por un falso orgullo,
el de no sentir envidia de nada y de nadie,
el de haber creído que siempre había tiempo de sobra,
el de alegrarme seriamente del bien ajeno,
el de no autocompadecerme jamás,
el de llorar hacia dentro por el daño hecho al prójimo,
el orgullo o la confusión de haberme figurado que era yo la víctima, siendo el   verdugo,
ya que todos los hombres somos simultáneamente lo uno y lo otro,
y no es fácil en este punto el discernimiento...


Yo, Vicente Gaos (¿Vicente Gaos?), ahora,
cuando empiezo a sentir ya en la boca el amargo gusto de la ceniza
postrera, cuando recuerdo en medio de la tormenta final las postrimerías,
porque he pecado, he pecado,
y a pesar de ello ninguna de las cuatro me devuelve a la inocencia pueril,
al amparo filial, a la remota fe cándida de no sé qué antaño,
de no sé qué antesiglo...


Yo, natural de la nada,
habitante de la nada,
destinado a la nada, anónimo,
me acerco ya al encuentro del supremo Notario,
del Decano universal - nihil prius fide -
y le hago entrega de este testamento ológrafo
donde dispongo
- si acaso no es cierto que quien dispone es Él y el hombre sólo propone -
dispongo, suplico,
que cuando mi añoso corazón, mi lastimado corazón haya dado ya su último latido,
incineren piadosamente esta carne que gozó y sufrió,
estos huesos que se estremecieron ya de júbilo, ya de horror,
que me despojen de todo, de nada, pues siempre fui un despojado
(es la verdad, no me autocompadezco),
y que arrojen mis cenizas al viento, al agua, al espacio estelar, al vacío cósmico de donde vine, al cósmico vacío al que he de volver, espero volver sin retorno,
pues nadie regresa de la última orilla.


Y cerca ya del máximo consuelo, de la extrema esperanza,
confío en que Nadie me amenace más con otra existencia.


Y este es el testamento ilusorio que otorgo en plena posesión de mis facultades mentales,
posesión de quien sólo posee dolor, ignorancia, muerte,
y un corazón cuyo único deseo es el de cesar ya en su trémulo palpito, en su amoroso latido,
aunque (porque) la vida sea al fin y al cabo, y al principio, hermosa, lo es,
y prosiga renovada, siempre igual, afortunadamente monótona,
como en el paraíso primero,
como en el edén funeral que nunca termina, que jamás terminará,
jamás.


Vicente Gaos






Eu, Vicente Gaos, do nada natural, com mil séculos de idade, de estado civil
solitário e instável,
domiciliado, digo, refugiado num canto do cosmos,
de profissão de náufrago na sombra,
sem cartão de identidade, nem títulos ou condecoração, nem diploma de nenhum tipo,
sem sinais particulares à vista no peito ou noutra parte do corpo,
sem mais cicatriz que uma necrose do miocárdio,
uma ferida antiga que eu mesmo me fiz,
quero dizer, causada por séculos de sofrimento,
de amor oculto, de ternura encoberta por um falso orgulho,
de não invejar nada nem ninguém,
de crer que sempre haveria tempo de sobra,
de exultar com o bem alheio,
de não conhecer auto-compaixão,
de chorar para dentro por qualquer mal feito ao próximo,
o orgulho ou confusão de fazer de vítima, sendo o carrasco,
já que os homens são ambas as coisas ao mesmo tempo
e não é fácil a destrinça neste ponto...



Eu, Vicente Gaos (Vicente Gaos?), agora que começo a sentir na boca
o gosto amargo da cinza póstuma,
agora que me lembram as agonias no meio da tormenta final,
porque pequei e pequei,
e apesar disso nada me restitui a inocência pueril, o amparo de pais
ou a remota e cândida fé de não sei que antigamente,
de não sei que anteséculo...

Eu, do nada natural,
habitante do nada,
destinado ao nada, anónimo,
chego-me junto do supremo Notário,
do Decano universal – nihil prius fide –
e faço-lhe entrega deste testamento ológrafo
onde disponho
 – se não é verdade, acaso, que quem dispõe é Ele e o homem apenas propõe –
disponho, suplico,
que quando meu anoso, meu pobre coração, der seu último latejo,
incinerem esta carne que gozou e sofreu,
estes ossos que estremeceram,  já de júbilo, já de horror,
que me despojem de tudo, aliás de nada, pois sempre fui um despojado
(é a verdade, não me lamento),
e que me atirem as cinzas ao vento, à água, ao espaço sideral, ao vazio cósmico de que vim
e a que espero voltar sem retorno,
pois ninguém volta da última margem.


E perto já do máximo consolo, da esperança última,
confio em que Ninguém ma ameace mais com outra vida.


E este é o testamento ilusório que eu outorgo na posse plena das minhas faculdades.
posse de quem só possui dor, morte, ignorância,
assim como um coração cansado já de bater, morto por parar,
embora (ou porque...) a vida seja bela, ao fim e ao cabo, e no princípio também,
e prossiga renovada, sempre igual, felizmente monótona,
como no paraíso primeiro,
como no éden funéreo que nunca se acaba,
que jamais terminará, jamais.



(Trad. A.M.)

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