OMPHALOS
Toma una piedra - dijo el mensajero - y marca el centro del
mundo.
Pregunté de puerta en puerta, de plaza en plaza, de ciudad en ciudad,
pero nadie sabía responder. Y seguí a tientas el camino,
perdiendo a veces el rumbo, volviéndolo a encontrar,
confiado solamente en las palabras del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Más de una vez estuve a punto de renunciar,
de echarme para siempre al sueño de los padres,
pero de pronto el corazón comenzaba a saltar dentro del pecho,
venían a mi boca palabras de una lengua desconocida,
y apresurando el paso exclamaba: Antes de que se vaya la estrella.
Así llegué a una tierra donde lo primero que vi
fue un hombre que había hecho un agujero en una tumba
y echando agua fresca repetía: Bebe, hijo mío.
Después vi una multitud que excavaba el lugar
y sacando los huesos de los muertos los llevaba en un carro,
delante del cual iba una mujer arrojando piedras al sol
y gritando: Ocúltate, para que la muerte no encuentre el camino.
También vi un pájaro que había salido de un pozo
y estaba sobre el brocal, junto al cual las mujeres
se habían congregado para interrogarlo:
¿Qué has visto allá abajo? -decían. Y el pájaro contestaba:
He visto hombres rapados, muchachas despeinadas,
niños mordiendo la manzana oscura de la nada.
Entonces las mujeres se asomaban a la boca del pozo
y arrojaban, gimiendo, grandes ramos de albahaca.
Había allí un árbol gigantesco, un tronco petrificado
junto al cual las muchachas llenaban de lana las almohadas
y colchones, y trenzando los cabellos de la novia, cantaban:
"Oh mi blanco algonodero, nadie te arrebatará,
y nuestro patio tendrá gracias, nuestra casa luz."
Los hombres bailaban gravemente en círculo
y el que llevaba la ronda, golpeando el suelo con el pie,
cantaba: "Esta es la tierra que nos comerá,
esta es la tierra que come niños, flores y muchachas."
Llegué junto al árbol y bailé con aquellos hombres,
tomados del hombro bailamos toda la noche,
hasta que mi boca empezó a balbucear una lengua desconocida
y volví a oír la voz del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Tomé una piedra y la puse junto al árbol
y la piedra se llenó de hojas, el árbol de sol.
Horacio Castillo
Pregunté de puerta en puerta, de plaza en plaza, de ciudad en ciudad,
pero nadie sabía responder. Y seguí a tientas el camino,
perdiendo a veces el rumbo, volviéndolo a encontrar,
confiado solamente en las palabras del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Más de una vez estuve a punto de renunciar,
de echarme para siempre al sueño de los padres,
pero de pronto el corazón comenzaba a saltar dentro del pecho,
venían a mi boca palabras de una lengua desconocida,
y apresurando el paso exclamaba: Antes de que se vaya la estrella.
Así llegué a una tierra donde lo primero que vi
fue un hombre que había hecho un agujero en una tumba
y echando agua fresca repetía: Bebe, hijo mío.
Después vi una multitud que excavaba el lugar
y sacando los huesos de los muertos los llevaba en un carro,
delante del cual iba una mujer arrojando piedras al sol
y gritando: Ocúltate, para que la muerte no encuentre el camino.
También vi un pájaro que había salido de un pozo
y estaba sobre el brocal, junto al cual las mujeres
se habían congregado para interrogarlo:
¿Qué has visto allá abajo? -decían. Y el pájaro contestaba:
He visto hombres rapados, muchachas despeinadas,
niños mordiendo la manzana oscura de la nada.
Entonces las mujeres se asomaban a la boca del pozo
y arrojaban, gimiendo, grandes ramos de albahaca.
Había allí un árbol gigantesco, un tronco petrificado
junto al cual las muchachas llenaban de lana las almohadas
y colchones, y trenzando los cabellos de la novia, cantaban:
"Oh mi blanco algonodero, nadie te arrebatará,
y nuestro patio tendrá gracias, nuestra casa luz."
Los hombres bailaban gravemente en círculo
y el que llevaba la ronda, golpeando el suelo con el pie,
cantaba: "Esta es la tierra que nos comerá,
esta es la tierra que come niños, flores y muchachas."
Llegué junto al árbol y bailé con aquellos hombres,
tomados del hombro bailamos toda la noche,
hasta que mi boca empezó a balbucear una lengua desconocida
y volví a oír la voz del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Tomé una piedra y la puse junto al árbol
y la piedra se llenó de hojas, el árbol de sol.
Horacio Castillo
Pega numa pedra - disse o mensageiro - e marca o centro do
mundo.
Perguntei de porta em porta, de praça em praça, cidade em cidade,
ninguém sabia responder. E continuei a tentear o caminho,
às vezes perdendo o caminho, tornando a encontrá-lo,
confiado apenas nas palavras do mensageiro:
Pega numa pedra, marca o centro do mundo.
Mais que uma vez estive a ponto de desistir,
de me entregar para sempre ao sono dos antepassados,
mas o coração de repente saltava-me no peito,
vinham-me à boca palavras de uma língua desconhecida,
e exclamava, apressando o passo: Antes que a estrela se vá.
Assim cheguei a uma terra onde o que vi primeiro
foi um homem que fizera um buraco numa sepultura
e repetia, deitando-lhe água fresca: Bebe, meu filho.
Depois, vi uma multidão a escavar no lugar
e a tirar os ossos dos mortos, que levava num carro
com uma mulher à frente, atirando pedras ao sol
e gritando: Oculta-te, para que a morte não encontre o caminho.
Também vi um pássaro que tinha saído de um poço
e estava em cima de um muro, onde as mulheres
se juntaram para o interrogar:
O que é que viste lá em baixo? - E o pássaro:
Vis os homens rapados, moças despenteadas,
crianças roendo a maçã escura do nada.
Então as mulheres chegavam-se à boca do poço
e atiravam, gemendo, grandes ramos de alfavaca.
Onde havia uma árvore gigantesca, um tronco petrificado,
ao pé do qual as moças enchiam de lã almofadas
e colchões, fazendo tranças à noiva, e cantando:
- ‘Ó meu branco algodoeiro, ninguém te há-de roubar,
nosso pátio terá graças e a nossa casa luz’.
Os homens bailavam gravemente em redor
e o que mandava na rusga, batendo com o pé no chão,
cantava assim: - ‘Esta terra nos há-de comer,
que ela come moças, flores e crianças’.
Cheguei ao pé da árvore e entrei na roda, uns e outros,
ombro a ombro, bailámos a noite toda,
até a minha boca se pôr a balbuciar uma língua desconhecida
e eu voltar a ouvir a voz do mensageiro:
Toma uma pedra e marca o centro do mundo.
Tomei então uma pedra, pu-la ao pé da árvore,
e a pedra encheu-se de folhas, e a árvore de sol.
Perguntei de porta em porta, de praça em praça, cidade em cidade,
ninguém sabia responder. E continuei a tentear o caminho,
às vezes perdendo o caminho, tornando a encontrá-lo,
confiado apenas nas palavras do mensageiro:
Pega numa pedra, marca o centro do mundo.
Mais que uma vez estive a ponto de desistir,
de me entregar para sempre ao sono dos antepassados,
mas o coração de repente saltava-me no peito,
vinham-me à boca palavras de uma língua desconhecida,
e exclamava, apressando o passo: Antes que a estrela se vá.
Assim cheguei a uma terra onde o que vi primeiro
foi um homem que fizera um buraco numa sepultura
e repetia, deitando-lhe água fresca: Bebe, meu filho.
Depois, vi uma multidão a escavar no lugar
e a tirar os ossos dos mortos, que levava num carro
com uma mulher à frente, atirando pedras ao sol
e gritando: Oculta-te, para que a morte não encontre o caminho.
Também vi um pássaro que tinha saído de um poço
e estava em cima de um muro, onde as mulheres
se juntaram para o interrogar:
O que é que viste lá em baixo? - E o pássaro:
Vis os homens rapados, moças despenteadas,
crianças roendo a maçã escura do nada.
Então as mulheres chegavam-se à boca do poço
e atiravam, gemendo, grandes ramos de alfavaca.
Onde havia uma árvore gigantesca, um tronco petrificado,
ao pé do qual as moças enchiam de lã almofadas
e colchões, fazendo tranças à noiva, e cantando:
- ‘Ó meu branco algodoeiro, ninguém te há-de roubar,
nosso pátio terá graças e a nossa casa luz’.
Os homens bailavam gravemente em redor
e o que mandava na rusga, batendo com o pé no chão,
cantava assim: - ‘Esta terra nos há-de comer,
que ela come moças, flores e crianças’.
Cheguei ao pé da árvore e entrei na roda, uns e outros,
ombro a ombro, bailámos a noite toda,
até a minha boca se pôr a balbuciar uma língua desconhecida
e eu voltar a ouvir a voz do mensageiro:
Toma uma pedra e marca o centro do mundo.
Tomei então uma pedra, pu-la ao pé da árvore,
e a pedra encheu-se de folhas, e a árvore de sol.
(Trad. A.M.)
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