28.9.16

Homero Aridjis (Assombro do tempo)





ASOMBRO DEL TIEMPO              


(Estela para la muerte de mi madre, Josefina Fuentes de Aridjis)


Ella lo dijo: Todo sucede en sábado:
el nacimiento, la muerte,
la boda en el aire de los hijos.
Tu piel, mi piel llegó en sábado.
Somos los dos la aurora, la sombra de ese día.

Ella la dijo: Si tu padre muere,
yo también voy a morir.
Sólo es cosa de sábados.
Cualquier mañana los pájaros
que amé y cuidé van a venir por mí.

Ella estuvo conmigo. En mi comienzo.
Yo estuve con ella cuando murió, cuando nació.
Se cerró el círculo. Y no sé
cuándo nació ella, cuándo morí yo.
El rayo umbilical nos dio la vuelta.

Sobre la ciudad de cemento se alza el día.
Abajo queda el asombro del tiempo.
Has cerrado los ojos, en mí los has abierto.
Tu cara, madre, es toda tu cara, hoy que dejas la vida.
La muerte, que conocía de nombre, la conozco en tu cuerpo.

Dondequiera que voy me encuentro con tu rostro.
Al hablar, al moverme estoy contigo.
El camino de tu vida tiene muchos cuerpos míos.
Juntos, madre, estaremos lejanos.
Nos separó la luna del espejo.

Mis recuerdos se enredan con los tuyos.
Tumbados para siempre, ya nada los tumba.
Nada los hace ni deshace.
Palpando tu calor, ya calo tu frío.
Mi memoria es de piedra.

Hablo a solas y hace mucho silencio.
Te doy la espalda pero te estoy mirando.
Las palabras me llevan de ti a mí y de mí a ti
y no puedo pararlas. Esto es poesía, dicen,
pero es también la muerte.

Yo labro con palabras tu estela.
Escribo mi amor con tinta.
Tú me diste la voz, yo sólo la abro al viento.
Tú duermes y yo sueño. Sueño que estás allí,
detrás de las palabras.

Te veo darme dinero para libros,
pero también comida.
Porque en este mundo, dicen,
son hermosos los versos,
pero también los frutos.

Un hombre camina por la calle.
Una mujer viene. Una niña se va.
Sombras y ruidos que te cercan
sin que tú los oigas, como si sucedieran
en otro mundo, el nuestro.

Te curan de la muerte y no te salvan de ella.
Se ha metido en tu carne y no pueden sacarla,
sin matarte. Pero tú te levantas, muerta,
por encima de ti y me miras desde el pasado mío,
intacta.

Ventana grande que deja entrar a tu cuarto
la ciudad de cemento.
Ventana grande del día que permite
que el sol se asome a tu cama,
y tú, entre tanto calor, tú sola tienes frío.

Así como se hacen años se hace muerte.
Y cada día nos hacemos fantasmas de nosotros.
Hasta que una tarde, hoy, todo se nos deshace
y viendo los caminos que hemos hecho
somos nuestros desechos.

Sentado junto a ti, veo más lejos tu cuerpo.
Acariciándote el brazo, siento más tu distancia.
Todo el tiempo te miro y no te alcanzo.
Para llegar a ti hay que volar abismos.
Inmóvil te veo partir, aquí me quedo.

El corredor por el que ando atraviesa paredes,
pasa puertas, pasa pisos,
llega al fondo de la tierra,
donde me encuentro, vivo,
en el comienzo de mí mismo en ti.

Número en cada puerta y tu ser pierde los años.
Tu cuerpo en esa cama ya sin calendarios.
Quedarás fija en una edad, así pasen los siglos.
Domingo 7 de septiembre, a las tres de la tarde.
Un día más, unos minutos menos.

En tu muerte has rejuvenecido,
has vuelto a tu rostro más antiguo.
El tiempo ha andado hacia atrás
para encontrarte joven. No es cierto
que te vayas, nunca he hablado tanto contigo.

Uno tras otro van los muertos, bultos blancos,
en el día claro.
Por el camino vienen vestidos de verde.
Pasan delante de mí y me atraviesan. Yo les hablo.
Tú te vuelves.

Pasos apesadumbrados de hombres
que van a la ceremonia de la muerte,
pisando sin pisar las piedras
de las calles de Contepec,
con tu caja al cementerio.

Tú lo dijiste un día:
todo sucede en sábado:
la muerte, el nacimiento.
Sobre tu cuerpo, madre, el tiempo se recuerda.
Mi memoria es de piedra.


Homero Aridjis





Ela o disse: Tudo acontece ao sábado,
o nascimento, a morte,
o casamento dos filhos.
Tua pele, minha pele veio num sábado.
Somos ambos a aurora, a sombra desse dia.

Ela o disse: Morrendo teu pai,
eu também vou morrer.
São coisas só dos sábados.
Um dia destes os pássaros
que eu amei e cuidei vêm por mim.

Ela esteve a meu lado, no começo.
E eu estive no fim, no momento da morte.
Fechou-se o círculo. E nem sei bem
quando nasceu ela, quando morri eu.
O cordão umbilical virou-nos.

Ergue-se o dia sobre a cidade do betão,
em baixo ficando o assombro do tempo.
Fechaste os olhos, e em mim os abriste.
Tua cara, mãe, é toda a tua cara, hoje que deixas a vida.
E a morte, que eu já conhecia de nome,
conheço-a agora em teu corpo.

Encontro teu rosto onde quer que vá,
ao falar, ao andar, ao mexer-me.
O caminho da tua vida tem muitos corpos meus.
Juntos, minha mãe, estaremos distantes,
porque nos separou a lua do espelho.

Minhas lembranças enleiam-se nas tuas,
derrubadas para sempre, nada mais as derruba,
nada as faz nem desfaz.
Palpando teu calor, o que acho é frio,
fria memória a minha, de pedra.

Falo sozinho nos confins do silêncio,
viro-te as costas mas fico a olhar-te.
Palavras me levam de mim para ti e de ti para mim
e eu não posso pará-las. Isto é poesia,
dizem, mas é também a morte.

Com palavras lavro a pedra da tua estela,
escrevendo com tinta o meu amor.
A voz tu ma deste, eu apenas a ergo ao vento,
tu dormes e eu sonho, sonhando que estás
ali, por detrás das palavras.

Estou a ver-te a dar-me dinheiro para livros,
mas também para comer.
Porque neste mundo, dizem,
os versos são belos,
mas também os frutos.

Um homem caminha pela rua,
uma mulher para cá, uma moça para lá,
sombras e ruídos que nos cercam,
sem os ouvirmos, como se fossem
de outro mundo, este nosso.

Da morte te curam, mas não te salvam dela,
que se te meteu na carne e não podem tirá-la
sem te matar. Mas tu ergues-te, já morta,
acima de ti e olhas-me, intacta, do meu passado.

Janela grande, a deixar entrar
em teu quarto a cidade de betão.
Janela grande do dia, permitindo
que o sol te bata na cama,
e tu, com tanto calor, só tu é que tens frio.

Assim como se fazem anos se faz morte,
e nós em cada dia nos fazemos fantasmas de nós mesmos.
Até que uma tarde, como hoje, tudo se nos desfaz
e ao vermos os caminhos que percorremos
tornamo-nos nós nossos próprios restos.

Sentado a teu lado, vejo o teu corpo mais longe,
afagando-te o braço, sinto mais a tua distância,
todo o tempo te olho e não consigo alcançar-te,
pois teria de voar sobre abismos.
Imóvel assim te vejo partir e me quedo.

O corredor que percorro atravessa paredes,
passa portas, passa pisos,
chega até ao fundo da terra,
onde me encontro, vivo,
no começo de mim mesmo em ti.

Um número em cada casa e teu ser perde os anos.
Teu corpo na cama, já fora de calendário,
vai-te fixar numa idade, com o passar dos tempos.
Domingo, 7 Setembro, três da tarde,
um dia mais, uns minutos menos.

Rejuvenesceste na morte, tu,
tornando ao teu rosto mais antigo;
o tempo andou para trás
para te poder apanhar jovem.
E nem é verdade que te vás,
pois nunca eu falei tanto contigo.

Vão-se os mortos um a um, vultos brancos,
no dia claro.
Vêm pelo caminho vestidos de verde,
passam-me à frente e trespassam-me.
Eu falo-lhes e tu voltas-te.

Passos pesados de homens
a caminho da cerimónia da morte,
pisando sem pisar as pedras
das ruas de Contepec,
com o teu caixão para o cemitério.

Tu o disseste um dia,
tudo acontece ao sábado,
a morte, o nascimento.
Sobre o teu corpo, minha mãe,
o tempo recorda.
Minha memória, mãe, é de pedra.


(Trad. A.M.)


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