ELOGIO DE LA MEMORIA
Es bueno recordar de vez en cuando
todo lo que no nos pertenece
y sin embargo es nuestro por un tiempo.
La luz de la mañana
en las ciudades que desconocemos
(hemos llegado de noche,
antes de otra noche nos iremos),
la luz de habla extranjera
y sin embargo íntima;
el vario humor del mar;
los libros de tu biblioteca
que tímidos fueron acercándose
para contarte su secreto
y ahora son los dueños de la casa;
los tres o cuatro amigos;
las ciudades de rostro innumerable
y un solo corazón;
el bosque de los cuentos
donde un día de niño te perdiste;
las campanadas, un domingo claro,
de Santa Maria Gloriosa dei Frari;
los ordenados grises de París,
el oro de los puentes y las cúpulas;
el agua industriosa de la ría
y el mar que no se ve, pero está ahí,
con su sonrisa cierta,
salvando tu inerme adolescencia.
Todo lo que no nos pertenece:
la hermosura del mundo,
el desierto y la hoguera,
las noches de verano
con su frescor y su melancolía;
quien nos amó, quien nunca nos ha amado;
el café y el periódico, aquella habitación
a la que vuelvo en noches
de insomnio y de deseo
(por la ventana cruza
un barco que se aleja
y no termina de alejarse nunca).
Todo lo que fue mío por un tiempo,
todo lo que sigue siendo mío para siempre:
una sonrisa que se desvanece,
un nombre que se borra en la memoria,
pero vuelve en el sueño
y me quema los labios;
aquel café de Padua
donde, entre risas, traducíamos a Baffo,
su desvergüenza y su fulgor;
el jardín de una casa que no existe...
Es bueno recordar de vez en cuando
todo lo que tuve y ya no tengo,
todo lo que no tuve y siempre tengo:
la luz recién nacida, el esplendor de los atardeceres,
el diario milagro del periódico,
esa extraña criatura
que dura menos que la rosa
y que contiene el mundo;
un palacio en Palermo
y un piso de estudiantes en Perugia
(en Via Garibaldi);
tu mano, un instante en mi mano
y con ella todos los tesoros.
Déjame recordar que soy un rey
antes de que la turba enfurecida,
antes de que esta turbia
sucesión de minutos me destrone
y ni el recuerdo de que he sido quede.
J. L. García Martín
É bom recordar de vez em quando
tudo o que não nos pertence
e todavia foi nosso por algum tempo.
A luz da manhã
nas cidades que não conhecemos
(chegámos de noite,
partiremos antes da noite seguinte),
a luz de fala estrangeira
e contudo íntima;
o vário humor do mar;
os teus livros que se foram chegando,
tímidos, a contar-te o seu segredo,
e são agora os donos da casa;
os três ou quatro amigos;
as cidades de rosto indecifrável
e de um só coração;
os bosques dos contos
onde um dia te perdeste em criança;
as badaladas, num domingo claro,
de Santa Maria Gloriosa dei Frari;
os aprumados cinzentos de Paris;
o dourado das pontes e das cúpulas;
a água industriosa da ria
e o mar que não se vê, mas está lá,
com seu certo sorriso,
salvando tua inerme adolescência.
Tudo o que não nos pertence:
a beleza do mundo,
o deserto e a fogueira,
as noites de estio,
com seu fresco e melancolia;
quem nos amou, e quem nunca nos amou;
o café, mais o jornal, e aquele quarto
a que volto em noites
de insónia e de desejo
(pela janela cruza
um barco a afastar-se
e nunca mais pára de se afastar).
Tudo o que foi meu por um tempo,
o que continua a ser meu para sempre:
um sorriso que se desvanece,
um nome que se apaga na memória,
mas que volta em sonhos
e me queima os lábios;
aquele café de Pádua
onde, entre risos, traduzíamos Baffo,
seu fulgor e desvergonha;
o jardim de uma casa que não há...
É bom recordar de vez em quando
tudo o que tive e já não tenho,
tudo o que não tive e sempre tenho:
a luz recém-nascida, o esplendor do entardecer,
o diário milagre do jornal,
essa estranha criatura
que menos que a rosa dura
e todavia encerra um mundo;
um palácio em Palermo
e uma casa de estudantes em Perugia
(via Garibaldi);
tua mão, por um instante na minha,
e com ela os tesouros todos.
Deixa-me recordar que sou um rei
antes que a turba enfurecida,
antes que esta turva
sucessão de minutos me destrone,
sem ficar sequer a lembrança do que fui.
(Trad. A.M.)
.