21.8.19

Pedro A. González Moreno (O picão da infância)





EL PICÓN DE LA INFANCIA

                                (A mi padre)


Uno de aquellos días de los duros inviernos
de La Mancha, mi padre
me llevó a hacer picón.
Bajo la luz incierta de aquel amanecer
tenía el campo un brillo distinto, un color nuevo
de frío y aventura.
Recogidos los haces
de leña a campo abierto
hicimos una hoguera y, fascinado,
vi levantarse el humo
en una alta columna, más alta que la luz
de la mañana. Supe
después que aquellas llamas
eran un misterioso reflejo del poema;
algo estaba creándose al mismo tiempo que algo
también se destruía.

Con unos cubos de agua, baldeándola a mano,
apagamos las brasas
para que el fuego no las consumiese.
Era preciso el agua en el momento exacto
(un momento anterior a la ceniza)
para que la madera conservase
ese oscuro tesoro de su fuego escondido.
Finalmente, con horcas
íbamos removiendo el montón humeante
hasta que se enfriaba.

Pensé que aquel oficio consistía
tan sólo en extraerle
el humo a la madera,
o tal vez en guardar, para después, la lumbre
que había oculta dentro de las ramas.

Muchos años más tarde
pensé que sólo en eso
consistía el oficio del poeta:
en quemar las palabras muy cuidadosamente
hasta que ardiera toda la hojarasca
y su corteza impura;
en dejar que los versos, ya vaciados de humo,
quedasen reducidos a su ascua,
y pudieran así guardar un poco
de lumbre para el luego.

Después, ya muchos años
después, algunas veces he pensado
que al escribir poemas
sólo seguía haciendo picón con las palabras:
negro picón
para este duro invierno
de la vida.


Pedro A. González Moreno

[Mientras la luz]




Um desses dias dos invernos duros da Mancha, meu pai
levou-me a fazer carvão de brasa.
Na luz incerta desse amanhecer
o campo tinha um brilho distinto, uma cor nova
de frio e aventura.
Apanhados os feixes
de lenha em campo aberto,
fizemos uma fogueira e eu,
fascinado, vi o fumo erguer-se
numa coluna muito alta, mais alta
que a luz da manhã. Soube
depois que essas chamas
eram um misterioso reflexo do poema;
algo se criava ali, ao mesmo tempo
que algo
também se destruía.

Com uns baldes de água, passando-a à mão,
amortecemos as brasas
para o fogo as não consumir.
Era precisa a água no momento exacto
(um momento anterior à cinza)
para a madeira conservar
o escuro tesouro do seu fogo escondido.
Por fim, íamos remexendo
o montão fumegante com paus,
até arrefecer.

Eu pensava que o serviço era apenas
extrair o fumo à madeira,
ou talvez guardar, para depois, o lume
que havia dentro dos ramos.

Muitos anos mais tarde
pensei que era só isso
o ofício do poeta,
queimar as palavras com todo o cuidado
até arder a folharada toda
e a sua impura casca;
deixar que os versos, esvaziados já de fumo,
ficassem reduzidos à sua brasa,
conseguindo assim guardar um pouco
de lume para o fogo.

Depois, já muitos anos
depois, algumas vezes pensei
que ao fazer poemas
continuava só a fazer carvão com as palavras:
negro carvão
para este duro inverno
da vida.


(Trad. A.M.)

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