29.4.15

Ernesto Pérez Vallejo (Do que as margens ignoram)





DE LO QUE NO SABEN LAS ORILLAS



Ahí está lo único bueno del verano,
lleva un bikini blanco,
se agacha de vez en cuando
a recoger caracolas de la orilla
y media playa suspira por su culo,
la otra media critica sus caderas.

Siempre he pensado que el peor enemigo de una mujer,
es otra mujer.
Ella lo sabe.

Anoche a las dos de la madrugada
yo ya llevaba seis mentiras,
a veces alterar mi soledad
no es tan sencillo.

Lo peor del conmigo es el sin ti.
Lo mejor del sin mí era el contigo.

Había una chica muy guapa,
de esas que tienes que mirarla tres veces
para creer en ella
y no culpar al alcohol
de crear bellezas que no existen.
Me la encontré en mis ojos en mitad de la barra
bebía ginebra y olía a vainilla,
tenía el pelo largo, la falda corta, la sonrisa amplia,
me la hubiera follado en el primer rincón
abandonado de la ciudad,
decorado con su boca las flores del parque,
agrietado con su manos lo más oscuro de mi pecho.
Pero no llevaba tacones.
Una mujer sin tacones
es como un hombre sin polla,
te puede gustar mucho
pero a la hora del desnudo
le falta un trozo.

Con el pelo suelto la chica del bikini blanco
parece un anuncio de viajes al Caribe,
un póster del último camionero romántico,
una isla donde el naufragio
más que catástrofe es una suerte.
Decía la camarera del bar
donde hipoteco todo mi equilibrio
que si la incertidumbre no arde,
el amor se apaga.
Que hay que saber llegar lo suficientemente tarde
para que te echen de menos
pero no tanto como para que te manden a la mierda.
Incluso al orgasmo dijo.
Y sonrió.

Yo hace exactamente ochocientos cincuenta y tres días
que no llego tarde a ningún sitio.
Y no porque el desamor me haya hecho un hombre puntual
si no porque ya nadie me espera.
Y es triste.

Como triste es que ella ahora
no necesite una mano en su espalda
para extender la crema protectora,
o que le lama los tobillos para que la sal del mar
cicatrice los besos que nunca me dieron en la infancia
y que tanto me duelen todavía.

Cinco de la mañana,
llevo tantas mentiras
que ni siquiera recuerdo bien quién soy.
Comentan que los borrachos siempre dicen la verdad,
yo opino que la verdad no es más que una mentira mal contada.
Supe al perderte,
que había ganado lo peor de mi mismo,
por eso dije te amo en lugar de te quiero
antes de que cruzaras el umbral de la puerta.
Te amo,
aunque en realidad lo que quería decir era:
- Por favor no te vayas nunca o mi vida será una mierda-
Solo dije te amo.
Y no fue suficiente.

Lo mejor es cuando salta las olas
y sus tetas se burlan del vértigo.
Tiene los pies más bonitos del mediterráneo,
no más de un treinta y siete
y las uñas pintadas de un azul claro.
Uno no sabe con exactitud
si tiene el cielo bajo los pies
o por encima de la cabeza.
De hecho uno no sabe en realidad si hay cielo
hasta que no la mira.
Andar despacio, abrir la puerta,
recordarte,
cerrar la vida.
Atravesar el silencio que has dejado en cada habitación,
vestir la terraza con tus vestidos de colores,
que nadie sepa que te has ido para siempre,
que el aire haga de tu olor algo perverso.
Aún sabe a ti las costuras de tus bragas,
aún siento igual si te pienso entre mis brazos,
aún me odio más sin odiarte todavía.

Se tumba en la toalla sutilmente,
tiene el cabello negro, piel oscura,
los ojos más bien verdes aunque a veces,
te mira en azul y te despista.
Debajo del ombligo hay un lunar
que bien podía ser centro del mundo,
debajo del lunar hay otra playa
que sabe de humedad más que las barcas.

La cama me pregunta por tu peso,
hay quien le llama insomnio a las ausencias
yo no digo tu nombre desde entonces.
Tu nombre nunca acepta una mentira
se incrusta en el cielo de la boca
y duele más gritarlo que ignorarlo.
Se recoge el cabello, luego observa
al sol despedirse de la orilla,
se pone su vestido, el de los martes
(Ese de flores rosadas y amarillas)
y marcha arena arriba sin mirar
lo triste de la playa con su ausencia.

Igual que está la casa, igual que yo,
desde que giró el pomo en un te amo
y me rompió el verano para siempre.


Ernesto Pérez Vallejo

[Los lunes que te debo]



Ali vai o melhor do Verão,
usa biquini branco,
agacha-se de vez em quando
a apanhar conchas na beira
e meia praia suspira-lhe pelo rabo,
a outra meia censura-lhe as ancas.

Sempre pensei que o inimigo pior da mulher
é outra mulher.
Ela sabe disso.
Esta madrugada às duas
eu levava já seis mentiras,
às vezes fintar a solidão
não é nada simples.

O pior do comigo é o sem ti,
o melhor do sem mim era o contigo.

Havia uma moça muito gira,
dessas que se tem de olhar três vezes
para acreditar nela
e não culpar o álcool
de criar belezas inexistentes.
Dei com os olhos nela a meio do balcão,
a beber genebra, e cheirava a baunilha,
tinha cabelo comprido, saia curta, largo sorriso,
dava-lhe uma queca no primeiro canto
escondido da cidade,
ou punha-lhe a boca a enfeitar o canteiro das flores,
rasgando o recesso do meu peito.
Mas não usava saltos.

Uma mulher sem saltos
é como um homem sem pila,
pode gostar-se muito dela
mas na hora de despir
falta-lhe alguma coisa.

De cabelo solto, a nina do biquini branco
parece um anúncio de viagens ao Caribe,
um poster do último camionista romântico,
uma ilha onde o naufrágio
é mais sorte do que tragédia.

Dizia a empregada do bar
onde hipoteco o meu equilíbrio
que se a incerteza não arder
o amor apaga-se.
Que tens de saber chegar tarde o bastante
para que te sintam a falta
mas não tão tarde que te mandem à merda.
Ou ao orgasmo, disse.
E sorriu.

Eu há exactamente oitocentos e cinquenta e três dias
que não chego tarde a nenhum lado.
Não porque o desamor me tenha feito pontual
mas porque ninguém me espera já.
E é triste.

Como triste é que ela agora
não precise dumas mãos que lhe ponham
o protector solar nas costas,
ou que lhe lamba os tornozelos para o sal
cicatrizar os beijos que me faltaram na infância
e que tanto me doem ainda.

Cinco da manhã
levo já tantas mentiras
que nem sequer me lembro bem de quem sou.
Dizem que os bêbedos falam sempre a verdade
cá para mim a verdade não passa de uma mentira mal contada.

Soube ao perder-te
que ganhei o pior de mim mesmo,
por isso disse amo-te em vez de quero-te
antes de passares o traço da porta.
Amo-te,
mas na verdade o que queria dizer era:
- Por favor não vás embora nunca ou a minha vida será uma merda -
Disse apenas amo-te.
E não foi suficiente.

O melhor é quando salta nas ondas
e as mamas se lhe iludem com a vertigem.
Tem os pés mais lindos do mediterrâneo
número trinta e sete não mais
e unhas pintadas de azul claro.
a gente não sabe exactamente
se tem o céu por baixo dos pés
ou por cima da cabeça.
De facto não se sabe em verdade se há céu
antes de a contemplar.

Andar devagar, abrir a porta,
recordar-te,
fechar a vida.
Atravessar o silêncio que deixaste em cada sala,
vestir o terraço com os teus vestidos,
que ninguém saiba que te foste para sempre,
e que o vento perverta o teu cheiro.
Teu sabor está nas costuras das cuecas,
eu sinto o mesmo ainda ao pensar-te nos meus braços
e ainda me odeio mais por não odiar-te ainda.

Ela deita-se na toalha subtilmente,
com seu cabelo preto, tez escura,
olhos sobre o verde, embora às vezes
nos olhe em azul e nos despiste.
Por baixo do umbigo tem um sinal
que podia bem ser o centro do mundo,
por baixo do sinal há outra praia
que sabe de humidade mais do que os barcos.

A cama pergunta-me por teu peso,
há quem chame insónia à ausência
eu desde então não pronuncio o teu nome.
Teu nome nunca aceita uma mentira
cola-se ao céu da boca
e dói mais gritá-lo do que ignorá-lo.

Apanha o cabelo, depois observa
o sol a despedir-se da costa,
põe o vestido, o das terças
(aquele de flores amarelas e rosa)
e caminha areia acima sem olhar
a tristeza da praia na sua ausência.

A casa está na mesma, tal como eu,
desde que rodou a maçaneta da porta num amo-te
e me rasgou aquele Verão para sempre.

(Trad. A.M.)

.