4.1.15

Hugo Gutiérrez Vega (Para a avó)





(Para la abuela que hablaba con pájaros creyéndolos ángeles)


I
La Abuela abría las puertas de la mañana;
entraba el sol por el balcón cerrado
y un rayo se pegaba a sus gafas solares.
El día andaba ya por los corredores
abrillantando las plumas del pájaro ciego,
jugando un rato con los peces anhelantes
en su marecito engañoso,
y con el caracol de filos negros
en su playa de cristal.
La claridad giraba por los cuartos vacíos
y se escondía entre las cortinas.
De las gafas de la Abuela brotaba el día
y bajo mi cama se enroscaban los vientos.
Cerraba los ojos y regresaba al sueño.
Las sábanas me daban una noche que sólo existía ahí
y que se prolongaba por unas horas,
mientras la mañana maduraba
y se caía a pedazos en las calles de color naranja
y en el cielo azul y tonto de los trabajos para vivir.

II
Un polvo limpísimo casi más fino que el aire de esta mañana,
se levantó cuando abrimos la tumba de la Abuela.
La caja se deshizo, y el cráneo que tenía aún su blanca trenza
cayó con tanta gracia, que la tierra se negó a entrar en él.
¡Quién lo dijera!; tú que tanto temías morirte sola
has pasado diez años en la tumba hablando con tus ángeles
percibiendo las voces de tantas insolentes primaveras.
“La muerte es grande” dices, y la vida se concentra en tu trenza.
No hemos perdido nada. La mañana sigue entrando a la casa;
entrando sin cesar.
Si nada cesa tu nunca cesarás.
La muerte grande te beso las mejillas
y nosotros lloramos y reímos.
Estábamos contigo.
Tu memoria no se detuvo nunca.

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
De cuando el placer termine
(1977)

[Desde babia]



(Para a avó que falava com os pássaros a pensar que eram anjos)

I
A Avó abria as portas da manhã;
o sol entrava pela varanda fechada
e um raio colava-se-lhe aos óculos escuros.
O dia andava já pelos corredores
fazendo brilhar as penas do pássaro cego,
brincando um pouco com os peixes anelantes
no seu marzinho fingido,
e com o caracol de fios negros
em sua praia de cristal.
A luz girava pelos quartos vazios,
escondendo-se entre as cortinas.
Dos óculos da Avó o dia brotava
e debaixo da minha cama enroscavam-se os ventos.
Eu fechava os olhos e o sono regressava.
Os lençóis traziam-me a noite que só ali existia
e se prolongava por algumas horas,
enquanto a manhã caía de madura
aos bocados nas ruas cor de laranja
e no céu azul entontecido dos trabalhos para viver.

II
Um pó limpíssimo mais fino que o ar da manhã
ergueu-se ao abrirmos a sepultura da Avó.
A caixa desfez-se e o crânio ainda com a trança branca
caiu com tanta graça que a terra se negou a entrar-lhe.
Quem diria! tu que tanto temias morrer sozinha
passaste dez anos na sepultura a falar com teus anjos
e a ouvir as vozes de tantas insolentes primaveras.
A morte é grande, dizes, e a vida concentra-se na tua trança.
Não perdemos nada. A manhã continua a entrar na casa,
a entrar sempre.
Se nada cessar, tu também nunca cessarás.
A morte grande beijou-te a face,
enquanto nós chorámos e rimos.
Estávamos contigo, a tua lembrança nunca se interrompeu.

(Trad. A.M.)

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