8.2.14

Mariano Crespo (Testamento amargo)






TESTAMENTO AMARGO



Mi muy querida.
Acabo de dejar las lentes sobre el escritorio.
Ahora froto mis ojos para espantar en vano el cansancio.
Suena el Impromptu nº 4,
en do sostenido, de Chopin y llueve.
Caen lentamente las gotas y las corcheas
sobre los cristales, los geranios y las sombras.
Ayer repasé el periódico y no vi tu esquela.
Era el ejemplar del 12 de marzo,
el aniversario de mi derrota sin banderas,
y ya he dicho que llovía,
pero no que estaba en zapatillas
sí que sonaba Chopin
y he omitido
que había una ausencia de gatos.

Con las notas de Federico
te he empezado un cumplido epitafio.
Mas como siempre fuiste imprevisible,
morena teñida,
y no llegaste al recuadro
reservado para que te diera sepultura,
he decidido
- y perdóname el protagonismo -
desaparecer yo solito
y diluirme en un mutis altivo
y rencoroso
a la manera que siempre soñé para ti.

No sería digno
de nuestra manera de entender la vida
el despedirse al au revoir, a la francesa,
sin dejarte un cabás, una carpeta,
una cajita que, a manera de testamento,
perpetuase tanto odio.
De tal modo
que al recibo de la corriente
te lego el epistolario
que entre nosotros
transitaron los pájaros,
la distancia y los carteros.
Mata tu tedio leyendo las palabras que plasmé,
y las que no acerté a decirte,
torpe como siempre he sido,
por perderme en las pajas luminosas
sin ver el grano de la sinceridad.

Releo
yo también
el transcurrir del desafecto.
Busco la fórmula adecuada
para aguijonearte las entrañas,
pues los insultos que me pide el alma
son muy ordinarios
y para ti,
dulce puta,
los quiero extraordinarios.

Tan solo te amé un día,
aquel en que estábamos declarando
un estado de felicidad permanente
y sonaba Georges Moustaki
en el cassete de Juanjo.
Se había muerto Franco
sin tener tiempo de fusilarle.
Desde la alameda
me doy la vuelta
y me marcho.

Que la amargura te siga amargando.

Mariano Crespo


 [Faro sin mar]



Minha querida,
acabo de deixar os óculos esquecidos na secretária,
descansando agora os olhos para espantar o cansaço.
Toca o Improviso n.º 4,
em dó sustenido, de Chopin, e chove.
Ontem, ao passar os olhos pelo jornal, não vi o teu necrológio.
Era o número de 12 de Março,
aniversário da minha derrota sem bandeiras,
e disse já que chovia,
mas não que estava de sapatilhas
sim que tocava Chopin
e não mencionei
que gatos não, não havia.

Com as notas de Federico
comecei a compor-te o epitáfio.
Mas como sempre foste imprevisível,
morena retinta,
e não chegaste ao talhão
reservado para a tua sepultura,
decidi por mim
- perdoa-me o protagonismo -
desaparecer eu sozinho,
apagando-me numa saída altiva
e rancorosa,
ao modo que sempre sonhei para ti.

Não seria digno
da nossa forma de entender a vida
despedir-me à francesa, au revoir,
sem te deixar um cesto, uma pasta,
uma caixinha, a perpetuar tanto ódio,
assim à maneira de testamento.
De sorte que
ao receberes a presente
lego-te o epistolário
que entre nós transportaram as aves,
a distância e os carteiros.
Mata o tédio a ler as palavras que plasmei,
e as que não cheguei a dizer-te,
desajeitado como sempre fui,
por me perder nas palhas luminosas
e não ver o grão da sinceridade.

Releio
eu também
o percurso do desafecto.
Busco a fórmula adequada
para espicaçar-te as entranhas,
pois os insultos que o íntimo me pede
são muito ordinários
e para ti,
minha puta,
eu quero dos extraordinários.

Eu amei-te tão só um dia,
aquele em que declarámos
o estado de felicidade permanente,
ouvindo Georges Moustaki
na cassete de Juanjo.
Franco havia morrido
sem ter tempo de o fuzilar.
De pé na alameda,
dou meia volta
e vou-me embora.

Que a amargura te amargue sempre.

(Trad. A.M.)



>  Espelho: Vicente Gallego

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