24.8.13

Luis Alberto de Cuenca (Noite de ronda)





NOCHE DE RONDA


En otro tiempo hubieras empleado la noche
en hablarle de libros y de viejas películas.
Pero ya eres mayor. Ahora sabes que a ellas
les aburren los tipos llenos de nombres propios,
que tu bachillerato les tiene sin cuidado.
De modo que le dejas tomar la iniciativa,
desconectas y finges que escuchas sus historias,
que invariablemente -recuerdas de otras veces-
versan sobre el amor, los viajes, la dietética,
su familia, el verano, la buena forma física,
el más allá, las drogas y el arte postmoderno.
De cuando en cuando asientes, recorriendo sus ojos
con los tuyos, rozando levemente sus muslos,
y elevas a los cielos una angustiosa súplica
para que aquella farsa termine cuanto antes.
Pasarán, sin embargo, todavía unas horas
hasta que, ebria y afónica, se abandone en tus brazos
y obtengas la victoria pírrica de su cuerpo,
que, pese a los asertos de tres o cuatro amigos,
será muy poca cosa. Y, cuando esté dormida,
saldrás roto a la calle en busca de una taza
de café gigantesca, maldiciendo las copas
que arruinaron tu hígado en la estúpida noche
y pensando que, al cabo, merece más la pena
no comerse una rosca y hablarles de tus libros,
amargarles la vida con Shakespeare y con Griffith.
O buscarse una sorda para que nada falte.

Luis Alberto de Cuenca



Noutros tempos levarias a noite
a falar-lhe de livros e de filmes antigos.
Mas estás velho. Agora sabes que elas
aborrecem tipos cheios de nomes próprios,
que o teu curso lhes é indiferente.
De modo que deixa-la tomar a iniciativa,
desligas e finges que lhe ouves as histórias,
versando invariavelmente – lembras
de outras vezes – sobre o amor, as viagens, a dietética,
a sua família, o verão, a boa forma física,
o Além, as drogas e a arte pós-moderna.
De vez em quando assentes, percorrendo-lhe os olhos
com os teus, roçando-lhe levemente a carne,
e elevas ao céu uma súplica angustiosa
para que a farsa termine quanto antes.
Passarão, contudo, ainda algumas horas
até que, ébria e afónica, ela se abandone a teus braços
e tu obtenhas a vitória pírrica de seu corpo,
aliás coisa pouca, apesar das juras de
três ou quatro amigos. Uma vez adormecida,
sairás para a rua estafado buscando uma taça
de café gigantesca, amaldiçoando os copos
que te arruinaram o fígado nessa estúpida noite,
e pensando, ao cabo e ao resto, que mais vale
não comer uma regueifa, nem falar-lhes dos teus livros,
nem amargar-lhes a vida com Shakespeare ou Griffith.
Ou então melhor será arranjar uma surda
para não faltar nada.

(Trad. A.M.)

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