15.6.13

Mirta Rosenberg (Elegia)





UNA ELEGÍA



En la época de mi madre
las mujeres eran probables.
Mi madre se sentaba junto a mi abuela
y las dos eran completamente de carne y hueso.

Yo soy apenas una secuela estable
de aquel exceso de realidad.

Y en la ansiedad del pasado indefinido,
en el aspecto durativo de elegir,
escribo ahora: una elegía.

En la época de mi madre
las mujeres eran perdurables,
completamente hueso y carne.
Mi madre se ponía el collar
de plata y de turquesas
que mi padre le había traído de Suecia
y se sentaba a la mesa como una especia exótica,
para que todo se volviera más grande que la vida,
y cualquier ficción fuera posible.

En la época de mi madre, las mujeres
eran un quid: mi madre nos contó
a mi hermano y a mí: ‘cuando salía de la escuela,
iba a buscar a mi padre al trabajo,
en Santa Fe, y los compañeros le decían es un biscuit,
tu hija es un biscuit, y nunca supe qué querían decir,
qué era un biscuit’, un bizcocho estando muy enferma,
una porcelana exquisita todavía para nosotros,
y mi hermano apurándola: ‘¿Y?’

No sé qué es un biscuit, ¿una especia exótica,
algo de todos modos, especial? Igual
andaba delicadamente por la casa, rozando los ochenta
como se roza una herida
con una gasa.

En la época de mi madre
las mujeres eran muy visibles.
Mi madre se miraba en los espejos
y yo no llegaba a abarcar
su imagen con mis ojos. Me excedía,
la intuía a lo lejos como algo que se añora.

Como ahora,
una elegía.

A la criatura adorable
fijada en lo remoto de la foto,
que ya a los ocho años parecía
más grande que la vida: te extraño,
aunque no te conocía. Eso fue antes
que a mí me dieras vida
en un tamaño apenas natural.

Igual,
una elegía.

Y a la otra de la foto que espero
conservar, la mujer bella que sostiene
el libro ante la hija de un año
en el engaño de la lectura:
te quiero por lo que dura, y es suficiente
leer en el presente, aunque se haya apagado
tu estrella.

Por ella,
una elegía.

Ahora soy la fotografía
y vos el líquido revelador. Tu muerte
me convierte en yo: como una ciencia aplicada
soy la causa y el efecto,
el ensayo y el error, este vacío
de la nada que golpea el corazón
como cáscara vacía.

Una elegía,
cada vez con más razón.


Mirta Rosenberg



No tempo da minha mãe
as mulheres eram prováveis.
Minha mãe sentava-se junto da minha avó
e as duas eram totalmente de carne e osso.

Eu sou apenas uma sequela estável
desse excesso de realidade.

E na ansiedade do indefinido passado,
no aspecto duradouro de eleger,
escrevo agora: uma elegia.

No tempo da minha mãe
as mulheres eram perduráveis,
totalmente osso e carne.
Minha mãe punha o colar
de prata e turquesas
que meu pai lhe trouxera da Suécia
e sentava-se à mesa como uma espécie exótica,
para que tudo se tornasse maior do que a vida
e se fizesse possível qualquer ficção.

No tempo da minha mãe, as mulheres
eram um quid: minha mãe contou-nos
a meu irmão e a mim: “quando saía da escola,
ia buscar meu pai ao emprego,
em Santa Fe, e os colegas diziam-lhe é um biscuit,
a tua filha é um biscuit, e nunca soube o que queriam dizer,
que era um biscuit”, um biscoito estando doente,
uma porcelana distinta ainda para nós,
e meu irmão sondando-a: “E depois”?

Não sei o que é um biscuit, uma espécie exótica,
algo assim de todo o modo, especial? Andava à mesma
levemente por casa, já a roçar os oitenta
como se roça uma ferida
com gaze.

No tempo da minha mãe
as mulheres eram muito visíveis.
Minha mãe a mirar-se no espelho
e eu não lhe abarcava a imagem
com os olhos. Excedia-me,
intuía-a de longe como algo saudoso.

Como agora,
uma elegia.

À criatura adorável
imobilizada na foto remota,
que já parecia com oito anos
maior do que a vida: sinto-te a falta,
não te conhecia bem. Isso antes
de me dares vida a mim
quase em tamanho natural.

Também,
uma elegia.

E à outra da foto que espero
conservar, a mulher bela segurando
o livro para a filha de um ano
na ilusão da leitura:
amo-te pelo que dura, e basta
ler no presente, embora a tua estrela
se tenha apagado.

Por ela,
uma elegia.

Agora eu sou a fotografia
e tu o líquido revelador. Tua morte
converte-me em eu: como ciência aplicada
sou a causa e o efeito,
o ensaio e o erro, este vazio
do nada que agride o coração
como casca vazia.

Uma elegia,
cada vez com mais razão.


(Trad. A.M.)


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